Me despierto un lunes a las 6 de la mañana, me levanto a regañadientes a las 6:30, me aseo, desayuno y alimento a mi morral incaico con un grueso cuaderno de cuadriculadas hojas vacías. Cojo un wafer, mi agua de caño embotellada, un beso a mi madre, otro a mi tía y salgo de mi hogar; tres cuadras me separan del monstruo de mil cabezas que habrá de trasladarme a la universidad. El cielo está nublado, la gente, con cara de pocos amigos, acelera el paso para cumplir con sus rutinarias labores, claxons prepotentes, bestias al volante, un festín de aromas y un sauna para llevar: un día común en nuestras limeñas vidas. Dentro del tranpsorte público no tengo por qué agarrarme de los pasamanos, la presión de unos cuerpos contra otros es la mejor garantía contra la gravedad, dejando mis manos libres solo para un par de cosas: ponerme los audífonos y presionar ese mágico botón "Play" que puede salvarme la vida. "A ver pashaje pashaje, flaco, pashaje", "No jodas, ¿no ves que tengo las manos ocupadas?". Hoy es un día normal, pero yo voy a hacerlo intenso, decía un músico colombiano. ¿Tú vas a hacerlo intenso, Juanes? Ni cagando. Jónsi lo hará.
Ya estoy cruzando la Javier Prado y el día empieza a cambiar. El "doremi" que emanan mis audífonos va pintando el cielo; de pronto, la gente empieza a sonreír, todos son amables! (menos el chofer y cobrador, claro), el aire se colma de Givenchy y Dior, el vehículo empieza a refrenar sus asesinos impulsos y cede el paso a otros y, finalmente, Radio Moda te mueve! tendrá que esperar un poco más, pues Go ya se apoderó de los sonidos. El cielo ya no mostraría más su negruzca capa, el sol me saluda y el portero también, entro a mi centro de estudios con la más optimista de las actitudes: será un gran día. Y todo gracias a un islandés de impronunciable nombre que apostó por la alegría.
Jón “Jónsi” Þór Birgisson, frontman de la aclamada Sigur Rós, toma una guitarra, un arco de chelo y un sutil falseto para entregarnos el más movido de los pops barrocos, poniendo una (¿breve?) pausa al ya clásico tristón. Triste y dulce no existe más, dulce y dulce suena mejor. El violín y el piano de este loable género al fin se animan a reír un poco y llevarnos de la mano por un bosque lleno de conejos con grandes relojes, sombrereros locos y árboles con carita feliz: es la felicidad pura. El segundo material de estudio de Jónsi definitivamente posee (por si no entendiste mi rollo de las combis y los cielos color panza de burro) un gran espíritu esperanzador y hasta motivador, que contagia esa energía a todo aquél que lo escuche; nos hace creer que somos capaces de lograr todo lo que queramos y que, tal como lo representa la carátula del disco, por más blanquinegros que podamos vernos por fuera, siempre podremos sacar un poco más de color de nuestro interior. Si tú has escuchado Sigur Rós, habrás probado ya una buena porción de lo que te hablo, pues esta banda, con su post rock y su ambient, arma escenarios gratificantes también, llenos de paz y esperanza; pero, si de ser sinceros se trata, no podemos negar que su música te conmueve y te llena no a la primera ni a la segunda escuchada, sino a la última. Es un poquito más difícil de asimilar y, aunque produce el mismo efecto, lo hace de una manera distinta, ya que el hecho de no tener voces hace que nuestra imaginación quede sin la más mínima atadura, siendo capaz de crear sus propias historias al no haber letras que nos cuenten una: las canciones son nuestras. Si no tienes el valor de aventurarte a un disco de los Sigur Rós y te gusta que te den la comida masticada, bueno, Jónsi es para ti, claro, no en el sentido literal, pues el músico de 34 años ya tiene novio. Si te encantan las comparaciones y deseas otra, pregúntale al casi tan vivaz Owen Pallet.
Jón “Jónsi” Þór Birgisson, frontman de la aclamada Sigur Rós, toma una guitarra, un arco de chelo y un sutil falseto para entregarnos el más movido de los pops barrocos, poniendo una (¿breve?) pausa al ya clásico tristón. Triste y dulce no existe más, dulce y dulce suena mejor. El violín y el piano de este loable género al fin se animan a reír un poco y llevarnos de la mano por un bosque lleno de conejos con grandes relojes, sombrereros locos y árboles con carita feliz: es la felicidad pura. El segundo material de estudio de Jónsi definitivamente posee (por si no entendiste mi rollo de las combis y los cielos color panza de burro) un gran espíritu esperanzador y hasta motivador, que contagia esa energía a todo aquél que lo escuche; nos hace creer que somos capaces de lograr todo lo que queramos y que, tal como lo representa la carátula del disco, por más blanquinegros que podamos vernos por fuera, siempre podremos sacar un poco más de color de nuestro interior. Si tú has escuchado Sigur Rós, habrás probado ya una buena porción de lo que te hablo, pues esta banda, con su post rock y su ambient, arma escenarios gratificantes también, llenos de paz y esperanza; pero, si de ser sinceros se trata, no podemos negar que su música te conmueve y te llena no a la primera ni a la segunda escuchada, sino a la última. Es un poquito más difícil de asimilar y, aunque produce el mismo efecto, lo hace de una manera distinta, ya que el hecho de no tener voces hace que nuestra imaginación quede sin la más mínima atadura, siendo capaz de crear sus propias historias al no haber letras que nos cuenten una: las canciones son nuestras. Si no tienes el valor de aventurarte a un disco de los Sigur Rós y te gusta que te den la comida masticada, bueno, Jónsi es para ti, claro, no en el sentido literal, pues el músico de 34 años ya tiene novio. Si te encantan las comparaciones y deseas otra, pregúntale al casi tan vivaz Owen Pallet.
A mí me parece que es más fácil conmover con una canción que alegrar con dos y tengo bastantes ejemplos para argumentar mi postura, pero, vamos, ¡quién dijo que Jónsi se iría por lo más fácil! En serio recomiendo este disco a todos esos espíritus alicaídos que necesitan una rápida dosis de endorfinas de vez en cuando, sobre todo cuando la mamacha naturaleza se olvide de colorear su cielo. También es la mejor forma de aguantar las 3 horas que tendrás que verle la cara de lápida a ese querido profesor, créeme.
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