A veces las cosas encajan de manera perfecta. Quién diría que cancelarte el concierto que más esperabas no podía producir algo más que mierdas y carajos; y claro, en ese momento me peleaba con mi puta suerte, esa maldita que en el sorteo me dio un país donde en aquel entonces no se apostaba por la música. La música... yo no sabía nada de ella. En ese entonces yo recién empezaba a conocerla; el niño que se sentía grande por escuchar ruido había descubierto el santo grial. Y fue gracias a ellos, los que ahora llamo jinetes del verso, los cinco valientes que regalan paz a manos llenas. En aquellos días yo no tenía este blog... pero las cosas parecen encajar perfectamente a veces. Ahora sí lo tengo, y junto a él, la gratitud inexplicable que uno siente cuando hay gente que se dedica a que el mundo sea un milímetro mejor. ¿Cómo no dedicarle entonces unos minutos a ellos que llevan dedicando más de 20 años, 17 discos, cientos de canciones, toneladas de arte a hacer de este mundo el paraíso prometido? Imposible pues. Acá mi homenaje, hombres de fe, que creen en la vida incluso cuando muchos desean negarla.
Los últimos dos días han valido la pena. Han valido quedarse sin almuerzo y cena, hacer horas de cola, correr, sudar, dejar el estudio: mandar todo amablemente a la mierda. Perdí el alma el 23 de noviembre, cuando contados y sagrados metros cuadrados se transformaron en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Eran pastos verdes, cielo despejado y soleado, y los colores se abrazaban en arco iris; allá, atrás, el molino, el gigante que esta vez no sería enemigo. Era un pedacito de Gaia que aún no había sido profanado, uno de los pocos que quedan. De pronto, este cobró vida y se oyó su palpitar: el latido de Gaia. Junto a su profundo retumbar, la diosa de la Tierra nos daba la bienvenida, acompañada de sus más leales escuderos, Txus, Mohamed, Carlos, Frank y José, y nos preparaban para contarnos una vieja leyenda que, a pesar de los años, no muere. De pronto se hizo de noche y comenzaron con furia, recalcándonos que los días de ira no habían acabado y que era probable que no acaben nunca; tan rápido como nos saludaba, Gaia se despedía de nosotros, herida y agonizante por obra y gracia de nuestra raza, y es que tres discos para hacernos entrar en razón no son suficientes para resarcir toda una vida dedicada a la destrucción. Llegaban Dies Irae, Satania, Fur Immer, y la épica Gaia: un bombazo de realidad.
Pero la noche sería más. Desde acá, los españoles irían alternando cachetadas de realidad con borracheras, fiesta, empujones de esperanza, frases de ánimo y alegría por doquier. Vendrían los momentos de goce, en los que con vodka, blues, fuerza y honor, el viento soplaría a nuestro favor; juerga medieval, rondas alrededor de una fogata libertina: el Mago más pilas de la noche.
Era la fiesta más pagana de todas, donde hasta los muertos celebraban y desde la posada nos invitaban a brindar junto a ellos; una noche en donde el león cobarde no encontró lugar. Esa noche el cuerpo aguantó la descarga que los hijos de la Finisterra soltaron sobre nosotros, rodaron cabezas y el fuego danzó, alegre de ver cómo sus héroes se entregaban por completo. Esa noche, aquella mítica noche, no se olvidará jamás, y con la tinta de un clavel se leerá por siempre, como un capítulo más en las aventuras del flacuchento Quijote, el mejor puto capítulo que su mente demente pudo imaginar. Y se escribió acá, en la tierra a la que Txus pidió perdón, la que fue, es y será siempre la tierra de Mago de Oz.
El 23 de noviembre perdí el alma, la dejé paseando por Chamberí y de vez en cuando la ven en Las Ventas; va penando en toda Hispania y recorriendo los mil y un bares, rogando ver a sus ídolos nuevamente para brindar con ellos por la libertad. Va una semana y todavía sigo sintiendo al despertar que el sueño es la realidad; no puedo evitar inflar el pecho cada vez que esas palabras tan perfectamente sabias me dan lecciones de vida. Sus melodías se han convertido en el soundtrack de mi día a día, y sus letras, en los mejores consejos; ahora me da pena ver la naturaleza morir, el agua desperdiciarse, el aire oscurecer y no soporto dejar pasar un segundo sin vivirlo al máximo. ¡¿Qué mierda me ha pasado...?! Quizá todo se resuma a ese momento en que les estreché la mano, cuando sus autógrafos y sus fotos solo daban cuenta de lo auténticos que eran. Mientras algunos imponen condiciones y aman a sus fans "de lejitos no más", ellos los citan en un bar del centro de la ciudad, se piden un par de cervezas y por unos momentos se convierten en tus amigos. "Gracias hermano, gracias por el conciertazo de anoche" le decía a Frank mientras lo abrabaza, justo luego de tomarme la más genial de las fotos junto a la voz más cabrona de la música en español... Y es que los verdaderos héroes son así. Gracias, hermanos, gracias Mago de Oz.